En Navidad se regaló un tocadiscos. Lo sacó del paquete, lo colocó al pie del árbol y puso con gesto solemne el primer disco. Ahora pasaba noches enteras cómodamente instalado en la sala escuchando música. Y poco a poco tuvo la sensación de que aquellos compositores, muertos desde hacía mucho tiempo, volvían a vivir y eran sus mejores amigos. Oír su música y responderles con el pensamiento era como mantener una conversación.
En el trabajo, silbaba bajito las melodías que le habían quedado grabadas. Para Elisa de Beethoven o El amor brujo de Falla. Incluso podía silbar de memoria una ópera. Y no era cosa fácil, porque únicamente podía silbar una voz y tenía que imaginarse las restantes.
Cuando los músicos ya le fueron familiares, arrancó el papel de la pared y escribió en el dorso una nueva lista: Alberti, Cervantes, García Márquez, Valle-Inclán, Lope de Vega, Neruda, Proust, Quevedo, Shakesperare.
La clavó en el mismo punto de la pared. Después fue a la Biblioteca Municipal, y se inscribió para poder llevarse prestados los libros de estos escritores.
Extracto del libro: "El señor todo azul: abrillantador de placas callejeras", Mónika Feth. Editorial Lumen.
El señor Todoazul, abrillantador de placas callejeras, es el mejor de la tropa de limpieza de la ciudad. Es un hombre feliz que cree que no le falta de nada. Hasta que un día, perplejo, se da cuenta de que no sabe nada de los nombres de los músicos y los escritores de las placas que con tanto esmero abrillanta, así que decide investigar...
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