"Las brujas" - Roald Dahl
Espero que no hayáis
olvidado que, mientras sucedía todo esto,
yo seguía escondido detrás del biombo, a
gatas y con un ojo pegado a la rendija. No
sé cuánto tiempo llevaba allí, pero me parecía que
eran siglos. Lo peor era no poder toser ni hacer el
menor ruido, y saber que, si lo hacía, podía darme por
muerto. Y durante todo el rato, estaba en permanente terror de que
una de las brujas de la última fila
percibiera mi presencia por el olor, gracias a esos
agujeros de la nariz tan especiales que tenían.
Mi única esperanza,
según yo lo veía, era el hecho de no
haberme lavado desde hacía varios días. Eso
y la interminable excitación, aplausos y griterío
que reinaba en la sala. Las brujas sólo pensaban en
La Gran Bruja y en su gran plan para eliminar a
todos los niños de Inglaterra. Ciertamente, no estaban
olfateando el rastro de un niño en aquel salón. Ni
en sueños (si es que las brujas sueñan) se les hubiera
ocurrido esa posibilidad a ninguna de ellas. Me
quedé quieto y recé.
La Gran Bruja había
terminado su perversa canción y el público estaba aplaudiendo
enloquecido y gritando:
—¡Magnífica! ¡Sensacional! ¡Maravillosa!
¡Sois un genio, oh, Talentuda! ¡Es un
invento extraordinario, este Ratonizador de
Acción Retardada! ¡Es un éxito! ¡Y lo
más hermoso es que serán los profesores quienes se carguen a los
apestosos críos! ¡No seremos nosotras!
¡Nunca nos cogerán!
—¡A las brugas nunca las coguen! —dijo La
Gran Bruja, cortante—. ¡Atención
ahorra! Quierro que todo el mundo prreste
atención, ¡porrque estoy a punto de
decirros lo que tenéis que hacerr parra prreparrarr
la Fórrmula 86 Rratonisadorr de Acción Rretarrdada!
De pronto, se oyó una
exclamación, seguida de un alboroto de
chillidos y gritos, y vi a muchas de las
brujas levantarse de un brinco y señalar a la
tarima, gritando:
—¡Ratones! ¡Ratones! ¡Ratones! ¡Lo ha hecho
como demostración! ¡La Talentuda ha convertido
a dos niños en ratones y ahí están!
Miré hacia la tarima.
Allí estaban los ratones, efectivamente.
Eran dos y estaban correteando cerca de las
faldas de La Gran Bruja.
Pero no eran ratones de campo, ni ratones de
casa. ¡Eran ratones
blancosl Los reconocí inmediatamente.
¡Eran mis pobrecitos Guiller y Mary!
—¡Ratones! —gritaron las brujas—. ¡Nuestra
jefa ha hecho aparecer ratones de la nada! ¡Traed ratoneras! ¡Traed
queso!
Vi a La Gran Bruja
mirando fijamente al suelo y observando,
con evidente desconcierto, a Guiller y
Mary. Se agachó para verlos más de cerca.
Luego se enderezó y gritó:
—¡Silencio!
El público se calló y
volvió a sentarse.
—¡Estos rratones no tienen nada que verr
conmigo! —dijo—. ¡Estos rrratones son
rrratones domesticados! ¡Es evidente que
estos rrratones perrtenecen a algún
rrrepelente crrío del hotel! ¡Serrá un
chico con toda seguridad, porrque las niñas no tienen
rrratones domesticados!
—¡Un chico! —gritaron las otras—. ¡Un
chico asqueroso y maloliente! ¡Le
destrozaremos! ¡Le haremos pedazos! ¡Nos
comeremos sus tripas de desayuno!
—¡Silencio! —gritó La Gran Bruja, levantando
las manos—. ¡Sabéis perrfectamente que no debéis
hacerr nada que llame la atención sobrre vosotrras
mientrras estéis viviendo en el hotel! Deshagámonos
de ese apestoso enano, perro con mucho cuidado
y discrreción, porrque, ¿acaso no somos todas
rrrespetabilíísimas damas de la Real Sociedad para
la Prrevención de la Crrueldad con los Niños?
—¿Qué proponéis, oh Talentuda? —gritaron
las demás—. ¿Cómo debemos eliminar a ese pequeño
montón de mierda?
Están hablando de mí,
pensé. Estas mujeres están hablando de
cómo matarme. Empecé a sudar.
—Sea quien sea, no tiene imporrtancia —anunció
La Gran Bruja—. Degádmelo a mí. Yo le
encontrrarré porr el olorr y le
convertirré en una trrucha y harré que me
lo sirrvan para cenarr.
—¡Bravo! —exclamaron las brujas—. ¡Córtale
la cabeza y la cola y fríelo en aceite bien caliente!
Podéis imaginar que
nada de esto me hizo sentirme muy tranquilo.
Guiller y Mary seguían
correteando por la tarima y vi a La Gran Bruja apuntar una veloz
patada a Guiller. Le dio justo con la punta
del pie y lo envió volando por los aires.
Luego hizo lo mismo con Mary. Tenía una
puntería extraordinaria. Hubiera sido un
gran futbolista. Los dos ratones se estrellaron
contra la pared, y durante unos momentos se
quedaron atontados. Luego reaccionaron y huyeron.
—¡Atención otrra vez! —gritó La Gran
Bruja—. ¡Ahorra os voy a darr la
rrreceta parra prreparrarr la Fórrmula 86.
Rratonisadorr de Acción Rretarrdada! Sacad
papel y lápis.
Todas las brujas de la sala abrieron los bolsos
y sacaron cuadernos y lápices.
—¡Dadnos la receta, oh Talentuda! —gritaron,
impacientes—. Decidnos el secreto.
—Prrimerro —dijo La Gran Bruja— tuve que
encontrrar algo que hicierra que los niños se volvierran
muy pequeños muy rrrápidamente.
—¿Y qué fue? —gritaron.
—Esa parrte fue fácil —contestó—. Lo único
que hay que hacerr si quierres que un niño
se vuelva muy pequeño es mirrarrle por un
telescopio puesto del rrevés.
—¡Es asombrosa! —gritaron las brujas—. ¿A
quién se le habría ocurrido una cosa así?
—Porr lo tanto —continuó La Gran Bruja—,
coguéis un telescopio del rrevés y lo
cocéis hasta que esté blando.
—¿Cuánto tarda? —le preguntaron.
—Veintiuna horras de cocción —contestó—. Y
mientrras está hirrviendo, coguéis cuarrenta y cinco
rratones parrdos exactamente y les corrtáis el rrrabo
con un cuchillo de cocina y frreís los rrrabos en
aceite parra el pelo hasta que estén crruguientes.
—¿Qué hacemos con todos esos ratones a los que
les hemos cortado el rabo? —preguntaron.
—Los cocéis al vaporr en gugo de rrrana durante
una horra —fue la respuesta—. Perro escuchadme
bien. Hasta ahorra sólo os he dado la parrte
fácil de la rrreceta. El prroblema más
difícil es ponerr algo que tenga un efecto
verrdaderramente rretarrdado, algo que los niños puedan tomarr un
día deterrminado, perro que no empiece a
funcionarr hasta las nueve de la mañana
siguiente, cuando lleguen al coleguio.
—¿Qué se os ocurrió, oh, Talentuda?
—gritaron—. ¡Decidnos el gran secreto!
—El secrreto —anunció La Gran Bruja,
triunfante— ¡es un despertadorr!
—¡Un despertador! —gritaron—. ¡Es una idea
genial!
—Naturralmente —dijo La Gran Bruja—. Se
puede ponerr hoy un desperrtadorr a las nueve y mañana sonarra
exactamente a esa horra.
—¡Pero necesitaremos cinco millones de
despertadores! —gritaron las brujas—.
¡Necesitaremos uno para cada niño!
—¡Idiotas! —vociferó La Gran Bruja—. ¡Si
quierres un filete no frríes toda la vaca!
Pasa lo mismo con los desperrtadorres. Un
desperrtadorr serrvirrá parra mil niños. Esto es lo que tenéis que
hacerr. Ponéis el desperrtadorr parra que suene a las nueve
de la mañana. Luego lo asáis en el horrno hasta
que esté tierrno y crruguiente. ¿Lo estáis anotando
todo?
—¡Sí, Vuestra Grandeza, sí! —dijeron a
coro.
—Luego —dijo La Gran Bruja—, coguéis el
telescopio herrvido, los rrrabos de rrratón frritos, los
rrratones cocidos y el desperrtadorr asado y los ponéis
todos juntos en la batidorra. Entonces los batís
a toda velocidad. Os quedarrá una pasta espesa.
Mientrras la batidorra está funcionando, debéis añadirr
a la mescla la yema de un huevo de págarro grruñón.
—¡Un huevo de pájaro gruñón! —exclamaron—.
¡Así lo haremos!
Por debajo del bullicio oí
que una bruja de la última fila le decía
a su vecina:
—Yo estoy ya un poco vieja para ir a buscar
nidos. Esos pájaros gruñones siempre
anidan en sitios muy altos.
—Así que añadís el huevo —continuó la Gran
Bruja— y además los siguientes ingrredientes, uno
detrrás de otrro: la garra de un cascacangrregos, el
pico de un chismorrerro, la trrompa de un espurrreadorr,
y la lengua de un saltagatos. Espero que no
tengáis prroblemas parra encontrrarrlos.
—¡Ninguno, en absoluto! —gritaron—.
¡Alcanzaremos al chismorrero, atraparemos
al cascacangrejos, cazaremos con escopeta
al espurreador y pillaremos al saltagatos
en su madriguera!
—¡Magnífico! —dijo La Gran Bruja—. Cuando
hayáis mesclado todo bien en la batidorra, tendrréis
un prrecioso líquido verrde. Poned una gota,
solamente una gotita de este líquido, en un bombón
o un carramelo y, a las nueve en punto
de la mañana siguiente, ¡el
niño que se lo comió se converrtirrá en
un rratón en veintiséis segundos! Perro os
harré una adverrtencia. No aumentad nunca la dosis.
No ponerr nunca más de una gota en cada carramelo o bombón. Y no
dad nunca más de un carramelo o bombón a
cada niño. Una sobrredosis del Rratonisadorr
de Acción Rrretardada estropearía el mecanismo
del desperrtadorr y harría que el niño se
convirrtierra en un rrratón demasiado prronto. Una
grran sobrredosis podrría incluso tenerr un efecto
instantáneo, y eso no os gustarría, ¿verrdad? No
querréis que los niños se convierrtan en rratones allí mismo, en
vuestrras confiterrías. Entonces se
descubrrirría todo. Así que, ¡tened mucho cuidado!
¡No os paséis en la dosis!
Próximo capítulo: Bruno desaparece (dentro de muy poco)
Profe ya me lo he leído!!!:)
ResponderEliminarLucía Aguilera Rivas:)
Leído!:)
ResponderEliminarleído^^
ResponderEliminarLeído!!:)
ResponderEliminarLeído Jesús Moreno.
ResponderEliminarleido
ResponderEliminarleido:)
ResponderEliminarCada vez está mejor el libro.