Egidio, el granjero de Ham
CUARTA PARTE
Egidio
disfrutó mucho con el giro que habían tomado los acontecimientos.
También su perro. Nunca recibió el vapuleo prometido. Egidio era
un hombre justo para sus luces, y en su interior concedía una buena
parte del mérito a Garm, aunque jamás llegara a confesarlo. Siguió
lanzándole denuestos y objetos contundentes cuando le venía en
gana, pero hacía la vista gorda a muchas de sus pequeñas correrías.
A Garm se le había dado por hacer largos paseos. El granjero
comenzó a pisar fuerte y la suerte le sonrió. En el otoño y
primeros días del invierno el trabajo marchó bien. Todo parecía
ir viento en popa..., hasta que llegó el dragón.
En
aquellos días los dragones comenzaban a escasear en la isla. Hacía
muchos años que no se había visto ninguno en las zonas habitadas
del reino de Augustus Bonifacius. Estaban, claro, las ignotas
comarcas fronterizas y las montañas despobladas hacia el norte y el
oeste, pero quedaban muy distantes. Allí había morado en otro
tiempo cierto número de dragones de una u otra especie, que habían
llevado a cabo profundas y extensas incursiones. Pero entonces el
Reino Medio era famoso por el arrojo de los caballeros de su corte, y
fueron tantos los dragones errantes a los que dieron muerte, o que
huyeron con graves heridas, que los demás cesaron de merodear por
aquellas rutas.
Todavía
se conservaba la costumbre de servir al rey Cola de Dragón en el
banquete de Navidad, y cada año se elegía un caballero que se
encargaba de la caza. Debía salir el día de Son Nicolás y
regresar con una cola de dragón antes de la víspera de la
celebración. Pero hacía ya muchos años que el cocinero real venía
preparando un plato exquisito: una imitación de cola de dragón,
hecha de hojaldre y pasta de almendras, con escamas bien simulados de
azúcar glaseado. El caballero elegido la presentaba luego en el
salón de! banquete, en Nochebuena, mientras tocaban los violines y
sonaban las trompetas. La cola se servía como postre el día de
Navidad, y todo el mundo comentaba (para complacer al cocinero) que
sabía mucho mejor que la auténtica.
Así
estaban las cosas, cuando hizo su aparición un dragón de verdad.
Casi toda la culpa era del gigante. Después de la aventura tomó
por costumbre recorrer la Montaña visitando a sus desperdigados
parientes con mayor frecuencia de lo habitual, y mucha más de la que
ellos apetecían. Porque siempre andaba buscando que le prestasen
una olla grande de cobre. Pero lo consiguiese o no, acostumbraba a
sentarse y perorar en su cansino y pesado estilo sobre el excelente
país que quedaba a cierta distancia al oriente y todas las
maravillas del Ancho Mundo. Se le había metido en la cabeza que era
un magnífico y osado explorador.
«Preciosas
tierras», solía decir, «totalmente llanas, de suave andadura, y
llenas de alimentos al alcance de la mano: ya sabéis, vacas y ovejas
por todos los sitios, que te dan al ojo si no estás ciego».
«Y
¿cómo es la gente?», le preguntaban.
«Nunca
vi a nadie», decía, «No vi ni oí a caballero alguno, muchachos.
Lo peor son las picaduras de los insectos junto al río.»
«¿Y
por qué no vuelves y te quedas allí?», le dijeron. «¡Ah, bueno!,
dicen que no hay nada como el hogar. Pero quizá vuelva algún día,
si me da por ahí. En cualquier caso ya estuve una vez, que es más
de lo que la mayoría puede decir. Y en cuanto a la olla... »
'«Y
esas tierras tan ricas», se apresuraban a interrumpirle, «esas
apetitosas regiones, llenas de un ganado que nadie vigila, ¿hacia
dónde caen?, ¿a qué distancia?»
«
¡Oh! », contestaba, «allá por el este o sudeste. Pero es un
largo camino». Y añadía una relación tan exagerada de la
distancia que había recorrido, de los bosques, colinas y llanuras
que había cruzado que ninguno de los otros gigantes de menor zancada
se decidió nunca a emprender el viaje. A pesar de lo cual las
habladurías se siguieron propalando.
Al
cálido verano sucedió un invierno duro. En la Montaña el frío
era gélido y escaseaba la comida. Los comentarios aumentaron. Se
volvía una y otra vez sobre las ovejas de las tierras llanas y las
vacas de los pastos bajos. Los dragones estiraban las orejas.
Estaban hambrientos, y aquellos rumores resultaban atrayentes.
«¿Así
que los caballeros son un mito?», decían los dragones más jóvenes
y de menor experiencia. «Siempre nos lo pareció.»
«Al
menos deben de haber empezado a escasear», pensaron los más
ancianos y sabios de la especie; «están lejos y son pocos, y ya no
representan ningún peligro».
Uno
de los dragones se sintió profundamente interesado. Su nombre era
Crisófilax Dives, pues era de linaje antiguo e imperial, y muy rico.
Era astuto, inquisitivo, ambicioso y bien armado, aunque no
temerario en exceso. Pero en cualquier caso no sentía ningún temor
de moscas e insectos, cualquiera que fuese su clase o tamaño, y
tenía un hambre de muerte.
De
modo que un día de invierno, más o menos una semana antes de
Navidad, Crisófilax desplegó sus alas y partió. Aterrizó con
sigilo a media noche, justo en el corazón de los dominios de
Augustus Bonifacíus rex et basileus. En poco tiempo causó grandes
daños: destrozó, quemó y devoró ovejas, reses y caballos.
Todo
esto ocurría en una región alejada de Ham. Lo que no fue obstáculo
para que Garm se llevara el mayor susto de su vida. Había
emprendido una larga expedición y, aprovechándose de la buena
disposición de su amo, se había aventurado a pasar una noche o dos
lejos de casa. Estaba enfrascado siguiendo un rastro en la espesura
del bosque cuando a la vuelta de un recodo percibió de súbito un
nuevo y alarmante olor. Se topó, tropezó en realidad, con la cola
de Crisófilax Dives, que acababa de aterrizar. Nunca un perro giró
sobre su rabo y salió disparado hacia casa con mayor celeridad que
Garm. El dragón oyó su aullido y se volvió rugiendo; pero Garm
estaba ya lejos de su alcance. Corrió durante el resto de la noche
y llegó a casa hacia la hora del desayuno.
«¡Socorro,
socorro, socorro!», gritó desde la puerta trasera.
Egidio
oyó los ladridos y no le gustaron. Le hicieron recordar que cuando
todo va bien es cuando surgen los imprevistos. «Mujer», dijo. «Haz
entrar a ese maldito perro y dale de palos.»
Garm
entró en la cocina hecho un ovillo y con la lengua fuera.
«¡Socorro!», gritó.
«¿Qué
has estado haciendo esta vez?», preguntó Egidio, que le arrojó una
salchicha.
«Nada»,
jadeó Garm, demasiado aturdido para reparar en la salchicha.
«Bueno,
deja ya de ladrar, o te despellejo», dijo el granjero.
«No
he hecho nada malo, no quería hacer ningún daño», dijo el perro,
«pero me tropecé por casualidad con un dragón y me di un susto
terrible».
Al
granjero se le atraganto la cerveza. «¿Dragón?»,exclamó.
«¡Maldito seas, inútil metomentodo! ¿Para qué necesitabas ir en
busca de un dragón en esta época del año y cuando yo estoy tan
ocupado? ¿Dónde fue?»
«
i Oh! Al norte de las colinas, muy lejos de aquí, más allá de los
Menhires y toda aquella parte», dijo el perro. «¡Ah, tan lejos!»,
dijo Egidio con profundo alivio. «He oído comentar que hay gente
muy rara por aquellos lugares. Allí tenía que haber sido. Que se
las arreglen como puedan. Deja de fastidiarme con tales historias.
¡Lárgate!»
Garm
se marchó y comentó por todo el pueblo lo ocurrido. No se olvidó
de mencionar que su amo no había mostrado el menor sobresalto. «Se
quedó impertérrito y siguió con el desayuno.»
A
la puerta de sus casas los vecinos lo comentaron con regocijo. «Como
en las viejas épocas», decían. «Y justo cuando llega la Navidad.
Tan a tiempo. ¡Qué contento se va a poner el rey! Estas fiestas
tendrá en su mesa una cola auténtica.»
Pero
al día siguiente llegaron más noticias. Parecía que el dragón
era excepcionalmente grande y feroz. Estaba haciendo grandes
estragos.
«¿Y
los caballeros del rey?», comenzó a preguntarse la gente.
Otros
se habían hecho ya la misma pregunta. Mensajeros de las villas más
afectadas por la presencia de Crisófilax llegaban cada día ante el
rey y preguntaban repetidamente y en el tono más elevado que su
atrevimiento les permitía: «¿Qué es de vuestros caballeros,
señor?» Pero los caballeros no hacían nada. Oficialmente no
sabían nada del dragón. Así que el rey tuvo que hacerles llegar
de forma oficial la noticia y pedirles que pasasen a la acción tan
pronto como lo juzgasen pertinente. Se vio desagradablemente
sorprendido cuando comprendió que nunca les venía bien y que cada
día posponían su intervención. Sin embargo, las excusas de los
caballeros eran bien convincentes. En primer lugar el cocinero real
ya tenía preparada la cola de dragón para aquellas Navidades, pues
era el tipo de persona que cree que las cosas han de hacerse con
tiempo. No sería elegante ofenderle presentándose en el último
minuto con una cola auténtica. Era un servidor muy valioso. «¡Dejad
en paz la cola! ¡Cortadle la cabeza y terminad de una vez con él!»,
gritaban los mensajeros de los pueblos más afectados.
Pero
aquí estaba ya la Navidad, y por desgracia había un gran torneo
programado para el día de San Juan: se había invitado a caballeros
de numerosos reinos, que acudían para competir por un valioso
trofeo. De ninguna forma podía pensarse en desperdiciar las
oportunidades de los caballeros del Reino Medio al enviar a los
mejores hombres a cazar un dragón antes de que el torneo hubiese
terminado.
Luego
estaba la fiesta de Año Nuevo.
Pero
cada noche el dragón se desplazaba, y cada desplazamiento lo
acercaba más y más a Ham. La noche de Año Nuevo la gente pudo ver
llamaradas a lo lejos. El dragón se había instalado como a unas
diez millas en un bosque que ahora ardía a placer. Era un dragón
fogoso cuando le venía en gana.
Después
de aquello la gente comenzó a volver su mirada al granjero Egidio y
a cuchichear a sus espaldas, cosa que le hacía sentirse muy molesto;
con todo, simulaba no enterarse. Al día siguiente el dragón se
aproximó varias millas más. El mismo Egidio comenzó a criticar en
voz alta el escándalo de los caballeros del rey.
«Me
gustaría saber qué hacen para ganarse el pan», dijo.
«A
nosotros también», dijeron todos en Ham.
Pero
el molinero añadió: «Tengo entendido que a algunos aún les hacen
caballeros por méritos propios. Después de todo, aquí nuestro
buen Egidio es también en cierta forma un caballero. ¿Acaso no le
envió el rey una carta con su sello y una espada?»
«Se
necesita algo más que una espada para ser caballero», dijo Egidio.
«Tienes que ser armado y todo eso, según tengo entendido. De
cualquier modo, yo tengo mis propios asuntos que atender.»
«¡Oh!,
pero seguro que el rey te armaría, si se lo pedimos», dijo el
molinero. «Vamos a hacerlo antes de que sea demasiado tarde.»
«¡Ni
hablar!», dijo Egidio. «La caballería no es para los de mi clase.
Soy granjero y estoy muy ufano de serlo: un hombre sencillo y
honrado, y los hombres honrados no hacen buen papel en la corte,
dicen. Eso te va mejor a ti, maese molinero.»
El
párroco se sonrió, aunque no por la contestación del granjero,
porque él y el molinero siempre estaban devolviéndose las pullas
como enconados enemigos que eran, según se decía en Ham. Lo había
asaltado de repente una idea que lo entusiasmó. Pero de momento no
dijo nada. El que no parecía tan entusiasmado era el molinero, que
puso mal ceño.
«Simple,
desde luego», dijo, «y honrado quizá. Pero, ¿es preciso estar en
la corte y ser caballero para matar un dragón? Valor es todo lo que
se necesita, como ayer mismo se lo oí decir a maese Egidio. ¿No os
parece que él es tan valiente como cualquier caballero?»
Todos
los presentes gritaron «.¡por supuesto que no!» la primera
pregunta; y a la segunda, «¡claro que sí! ¡Tres hurras por el
héroe de Ham!».
Maese
Egidio volvió a casa bastante inquieto. Se estaba dando cuenta de
que cuando se alcanza cierta reputación, se hace preciso mantenerla,
y que esto puede resultar incómodo. Dio una patada al perro y
escondió la espada en un armario de la cocina. Hasta entonces había
estado colgada sobre la chimenea. Continuará.
leido:P
ResponderEliminarleido:D
ResponderEliminarprofe ya me lo he leído(paula)
ResponderEliminarleído, enhorabuena por las visitas =)
ResponderEliminarproffe cada vez se pone mas interesante
ResponderEliminarleido:P
leído!!!
ResponderEliminarLucía Aguilera Rivas
Leído profe. Jesús Moreno.
ResponderEliminarleído esta interesante
ResponderEliminarLeído! :)
ResponderEliminarLeído ;)
ResponderEliminarLeído. Cuando me leí esto no me acordé de ponerlo, y el próximo capítulo.`pk
ResponderEliminar(paula González) ya me lo he leido profe
ResponderEliminarLeído.Es interesante.
ResponderEliminarDe juan Bosco y Rafa Berdún