lunes, 14 de noviembre de 2011

Egidio, segunda parte: El gigante.



Egidio, el granjero de Ham
SEGUNDA PARTE


Un hermoso día de verano salió este gigante a dar un paseo y comenzó a vagar sin rumbo, causando grandes destrozos en los bosques. De pronto se percató de que el sol se estaba poniendo y sintió próxima la hora de la cena; pero descubrió que se encontraba en una parte del país que no conocía en absoluto, y que se había perdido. Se equivocó al tratar de adivinar la dirección verdadera, y estuvo caminando hasta que se hizo noche cerrada. Entonces se sentó y esperó a que saliera la luna. A su luz siguió andando y andando, poniendo todo su empeño en cada zancada, porque estaba ansioso por volver a casa. Había dejado a la lumbre su mejor olla de cobre y temía que se pudiese quemar el hondón. Pero daba la espalda a las montañas y se encontraba ya en tierras habitadas por hombres. En realidad se estaba acercando a la granja de Aegidius Ahenobarbus Julius Agrícola y al pueblecito llamado Ham en lengua vulgar. 

Era una hermosa noche. Las vacas se encontraban en los campos, y el perro del granjero Egidio había salido y vagaba a su antojo. Sentía una cierta inclinación por la luna y los conejos. No se imaginaba, por supuesto, que un gigante andaba también de paseo. Esto le habría ofrecido una buena excusa para salir sin permiso, pero también una razón aún mejor para quedarse quieto en la cocina. Hacia las dos el gigante llegó a los campos de Egidio, rompió las cercas, pisoteó las cosechas y aplastó la hierba lista ya para la siega. En cinco minutos causó más destrozos que la cacería real de zorros en cinco días. 

Garm oyó un estruendo que se aproximaba a lo largo de la orilla del río. Y corrió hacia el oeste del altozano sobre el que se asentaba la granja, sólo para saber qué ocurría. De pronto vio al gigante, que cruzaba el río a grandes zancadas y aplastaba a Galatea, la vaca favorita del granjero, dejando al pobre animal tan chato como su amo podría haber dejado a un escarabajo. 

Aquello era más que suficiente para Garm. Dio un aullido de miedo y se lanzó hacia la casa como un rayo. Olvidándose por completo de que había salido sin permiso, llegó y comenzó a ladrar y a quejarse lastimeramente bajo la ventana del dormitorio de su dueño, Durante un buen rato no hubo respuesta. Egidio no se despertaba con facilidad.«¡Socorro, socorro, socorro!», gritaba Garm. De pronto se abrió la ventana y salió volando una botella bien dirigida. 

«¡Eh!», dijo el perro, saltando a un lado con la habilidad que da la práctica. «¡Socorro, socorro, socorro!» El granjero se asomó. «¡Maldito seas! ¿Qué pasa?» «Nada», dijo el perro. 

«Nada es lo que yo voy a darte a ti. Te voy a arrancar la piel a tiros por la mañana», contestó el granjero cerrando de un golpe la ventana. 

«¡Socorro, socorro, socorro!», gritó el perro. 

Egidio asomó de nuevo. «¡Te mataré si vuelves a hacer ruido!», dijo. «¿Qué te pasa, so idiota?» 

«Nada», dijo el perro. «Pero algo te va a pasar a ti.» «¿Qué significa eso?», dijo Egidio, sorprendido en medio de su ira. Garm nunca se le había insolentado. «Tienes un gigante en tus tierras, un gigante enorme; y viene hacia aquí», dijo el perro. «¡Socorro, socorro! Está aplastando las ovejas, ha pisado a la pobre Galatea y la ha dejado chata como una estera. ¡Socorro, socorro! Está echando abajo las cercas y destrozando las cosechas. Tienes que ser audaz y rápido, amo, o pronto no te quedará nada. ¡Socorro!», volvió a aullar Garm. 

«¡Calla la boca!», gritó el granjero; y cerró la ventana. «¡Dios misericordioso!», murmuró para sus dentros; y aunque la noche estaba calurosa, sintió un escalofrío y se estremeció. 

«Vuelve a la cama y no seas estúpido», dijo su rnujer. «Y ahoga a ese perro por la mañana. No me digas que vas a creer a un perro; ponen cualquier excusa cuando se les pilla sueltos o robando.» 

«Puede que sí, puede que no, Agueda», dijo Egidio. «Pero algo ocurre en mis tierras, o Garm es un cobarde. Ese perro está aterrado. Y, ¿por qué razón tendría que venir a quejarse por la noche cuando por la mañana podría haberse colado con la leche por la puerta trasera?» «No te quedes ahí discutiendo», dijo ella. «Si crees al perro, sigue su consejo: sé audaz y rápido.» 

«¡Del dicho al hecho hay mucho trecho!», contestó Egidio; porque en verdad él creía buena parte de la historia de Garm. De madrugada los gigantes no parecen tan inverosímiles. Continuará.

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