lunes, 26 de septiembre de 2011

La pata de mono, de W. W. Jacobs

- Me gustaría ver los viejos templos y faquires y malabaristas -dijo el señor White-. ¿Qué fue, Morris, lo que usted empezó a contarme los otros días, de una pata de mono o algo por el estilo?
- Nada -contestó el soldado apresuradamente-. Nada que valga la pena oír.
- ¿Una pata de mono? -preguntó la señora White. 
- Bueno, es lo que se llama magia, tal vez -dijo con desgana el militar. 
Sus tres interlocutores lo miraron con avidez. Distraídamente, el forastero llevó la copa vacía a los labios: volvió a dejarla. El dueño de casa la llenó. 
- A primera vista, es una patita momificada que no tiene nada de particular -dijo el sargento mostrando algo que sacó del bolsillo. 
La señora retrocedió, con una mueca. El hijo tomó la pata de mono y la examinó atentamente. 
- ¿Y qué tiene de extraordinario? -preguntó el señor White quitándosela a su hijo, para mirarla. 
- Un viejo faquir le dio poderes mágicos -dijo el sargento mayor-. Un hombre muy santo... Quería demostrar que el destino gobierna la vida de los hombres y que nadie puede oponérsele impunemente. Le dio este poder: Tres hombres pueden pedirle tres deseos.

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