miércoles, 5 de octubre de 2011

Los tres investigadores.... y tú en la ruta del terror.


Uno de los primeros recuerdos que tengo de disfrutar plenamente de la lectura se debe principalmente a estos libros. Los descubrí en una biblioteca pública a la que iba con mis amigos durante los veranos. Se estaba fresquito, no había ruido y te dejaban coger cualquier libro (eso me parecía algo maravilloso). Me leí muchos y lo pasé muy bien. Imagino que mi interés por los libros de detectives viene de esa época. Os invito a disfrutarlos, creo que los siguen editando. Merecen la pena.

Al leer estos libros te sientes uno más del formidable equipo de Júpiter Jones, Pete Crenshaw y Bod Andrews. Practican métodos deductivos que agilizan sus mentes, vencen el miedo a lo desconocido, luchan por causas justas y gozan el placer de ser útiles a sus semejantes. Únete al grupo y pásalo en grande desentrañando misterios. Os pongo el inicio de uno de ellos (Los Tres Investigadores en el Misterio en la ruta del terror) para que veáis de qué va. Como todos ellos, comienza con una breve introducción a los personajes.

Unas palabras de Héctor Sebastián

Me es muy grato presentaros a los Tres Investigadores. Si ya conocéis a estos magníficos detectives pasad directamente al capítulo 1. De lo contrario, permitidme que yo les haga los honores.
Empezaremos por Júpiter Jones, el jefe del grupo. Es más inteligente que los muchachos de su edad y ha leído y recuerda más cosas que la mayoría de personas que conozco. Y también es capaz, con sólo unos pocos datos, de estudiarlos y llegar a las conclusiones más sorprendentes.
Pete Crenshaw es el más atlético de los Tres Investigadores y también es alegre, leal y campechano. Considera que Jupe algunas veces tiene unas ideas demasiado peligrosas, y tal vez no es el único que opina así.
Bob Andrews es tranquilo y menos temerario. Se encarga de los archivos e investigaciones. Eso no significa que permanezca sentado mientras los demás llevan a cabo las hazañas más arriesgadas. Bob es tan valiente como sus colegas.
En cuanto a mí, soy un detective retirado que ahora se dedica a escribir novelas de misterio. Conocí a los Tres Investigadores a través de un mendigo con una cicatriz en la cara, pero eso es otra historia. Baste decir que les envío todos los misterios que surgen en mi camino y que presento sus casos. Este misterio lo encontraron ellos solos. En él, los Tres Investigadores dejan su casa de Rocky Beach, en California, para emprender un viaje de vacaciones a través de Estados Unidos. Las vacaciones se convierten en una huida constante al ser perseguidos por una amenaza imprevisible que siempre permanece fuera de su alcance y les llena de terror.
¿Sentís curiosidad? ¿Y quién no? ¡Entonces pasad al capítulo 1 y comenzad la aventura!

CAPITULO 1 Una calamidad andante

La puerta de la cocina se abrió de par en par y luego se cerró de golpe. La señora Crenshaw acababa de entrar hecha una furia con los labios apretados y las mejillas sonrojadas.

-¡Le mataré! -anunció-. ¡Ese viejo pillastre es una calamidad andante! ¡Le pegaré un tiro y ningún juez me condenará jamás!

Miró a su hijo Pete y a los amigos de éste: Júpiter Jones y Bob Andrews.

-¡Las ha dejado empapadas! -continuó la señora Crenshaw-. ¡A todas las damas de la Sociedad Femenina... completamente empapadas! Encontré a la señora Harrison en el mercado y me lo dijo.

-¡Oh! -exclamó Pete-. ¡Otra vez el abuelo!

-¿Quién sino podía ser? -preguntó su madre-. ¿Sabéis lo que ha hecho esta vez? Siguiendo los impulsos de su corazón generoso ha regalado un nuevo sistema de extintor automático contra incendios para la sala de reuniones de la iglesia. Lo equipó con un dispositivo ultrasensible que se activa mediante el humo. Un invento suyo, naturalmente. ¡Ayer las señoras celebraban un desfile de modelos y el pastor tuvo el descuido en aquel justo momento de encender un cigarrillo!

Pete procuraba no reír, pero no podía evitarlo.

-¡No es divertido -protestó la señora Crenshaw. Pero luego se relajó y sus labios se entreabrieron con una sonrisa. Los muchachos se echaron a reír y pronto todos, la señora Crenshaw inclusive, se desternillaron de risa.

-Me figuro que fue una extraña forma de mantener la atmósfera limpia -admitió la señora Crenshaw, riendo.

Se sentó a la mesa de la cocina, secándose los ojos, y los muchachos permanecieron donde estaban apoyados en las encimeras y comiendo galletas.

-Incluso antes de retirarse, mi padre no ha sido nunca como las demás personas -dijo la madre de Pete-. Una vez construyó una casa con un tejado que se doblaba hacia atrás como un automóvil descapotable. ¡Una locura! Nadie quería vivir en ella. ¡Tenía goteras!

-El señor Peck tiene algunas ideas originales -dijo Jupe con tacto.

La señora Crenshaw hizo una mueca.

-El desfile de modelos de ayer debió resultar de lo más original.

-Vamos, mamá, el abuelo las indemnizará, ¿no? -dijo Pete-. Siempre lo hace.

-Por eso nunca fuimos ricos -dijo su madre-. Algún día dará con sus huesos en la cárcel por culpa de sus locos inventos. No todo se puede arreglar con dinero.

Eso era cierto. Pocos días antes, unos hombres del Departamento de Parques y Jardines de Rocky Beach intentaron arrancar un olmo enfermo que crecía delante de la casa del señor Peck. El anciano, resuelto a defender su árbol, salió disparado con un palo de béisbol y obligó a los tres hombres a volver a su camión. Dos ayudantes del comisario Reynolds trataron de hacer entrar en razón al señor Peck. Al fracasar, tuvieron que llevárselo esposado a la cárcel. Los cargos fueron reducidos afortunadamente de asalto a mano armada a conducta desordenada. El señor Peck sólo pagó una multa y escuchó un buen sermón. Los tres hombres no se atrevieron a volver para quitar el árbol que permaneció como un monumento al valor y a la voluntad inquebrantable del señor Peck.

-Y ahora quiere ir a Nueva York -dijo la señora Crenshaw.

Pete estaba asombrado.

-¿A vivir? -preguntó-. ¿No se marchará de verdad,

eh?

-No. Ha inventado algo tan importante, que ni siquiera quiere hablar de ello. Está decidido a ir a Nueva York para presentarlo a las personas adecuadas, que por lo visto están allí. Tu abuelo dice que no puede hacerlo por teléfono ni tampoco por correo; que tiene que ir personalmente.

-Está bien -dijo Pete-. ¿Qué hay de malo en eso?

-Supongamos que esas personas no quieran recibirle. Supongamos que le dicen que vuelva a casa y les escriba una carta. ¡Entrará por la fuerza!

-Mamá, exageras.

-No exagero. Conozco a mi padre. No admite un no como respuesta. Y si a esa gente que quiere ver no les gusta su idea perderá los estribos y les tachará de imbéciles.

-La verdad mamá...

-¡Creedme, le conozco! -insistió la señora Crenshaw-. Les amenazará y ellos llamarán a los guardias. Será igual que aquella vez que mejoró tanto el calentador de agua solar que en realidad no calentaba el agua sino que la hacía hervir. O cuando inventó el nuevo humedecedor de ambiente...

-¡Eso funcionó! -exclamó Pete.

-Ya lo creo. Sólo que alguien lo había inventado antes que papá, y él juró que le habían robado el invento. ¡Si podéis explicarme por favor, cómo un tipo que vive en Duduque, Iowa, puede robar una idea a otro que vive en Rocky Beach, California, os lo agradeceré de veras!

Pete guardaba silencio.

Júpiter y Bob intercambiaron una mirada divertida.

-Aparte de que papá vaya a Nueva York, es casi seguro de que tendrá problemas durante el viaje -prosiguió la madre de Pete.

-Mamá, el abuelo ya ha ido en avión otras veces. Le acompañaremos al aeropuerto y...

-Piensa ir en coche -replicó la señora Crenshaw-. Todo el camino conduciendo. Atravesando todo el país. Quiere ir por Montana. Dice que nunca ha visto Montana ni tampoco ha estado nunca en Oregón ni Washington, y que no quiere perderse nada. Dice que las mejores ideas creativas se le ocurren cuando conduce. Tal vez eso explique por qué le ponen tantas multas por exceso de velocidad. •

Pete sonrió.

-Mamá, si estás tan preocupada, ¿por qué no vas tú con el abuelo? Papá y yo ya nos las arreglaremos, y el viaje será divertido...

-No sería nada divertido -declaró la señora Crenshaw-. Por lo menos para mí si voy con papá. Ya sabes que no podemos estar juntos ni diez segundos sin pelearnos. Si crees que atravesar todo el país en su compañía

habría de resultar tan agradable, ¿por qué no vas tú? Pete abrió mucho los ojos.

-¿Lo dices en serio? ¡Caramba, sería fantástico!

-¿Serías capaz de ir? -le desafió su madre-. ¿Evitarías que se metiera en líos? ¿Vigilarías para que no le arrestasen y para que no atacase a nadie?

-Eh, mamá, seguro. Quiero decir que haría cuanto estuviese en mi mano para evitarlo, pero...

-Pero no crees que puedas conseguirlo, ¿no? -dijo su madre-. Está bien. Siempre ha sido...

De pronto se interrumpió para mirar a Júpiter que se disponía a engullir una galleta de chocolate con toda parsimonia. Pero aunque su boca estaba activa, sus ojos tenían una mirada lejana, como si estuviera soñando. Era una mirada que no engañaba a la señora Crenshaw. Jupe, como le llamaban sus amigos, era el jefe de los Tres Investigadores. La señora Crenshaw sabía que Jupe era capaz de prestar gran atención a todo lo que sucedía a su alrededor y, sin embargo, parecer soñoliento y distraído. No ignoraba, además, que Jupe poseía una memoria casi perfecta. De preguntárselo, probablemente hubiera repetido la conversación que acababa de sostener, palabra por palabra.

Algunas veces Jupe la intimidaba. ¡Estaba tan seguro de sí mismo! No parecía natural en nadie tan joven. Pero ahora Jupe le pareció la respuesta a sus plegarias.

-Me gustaría contratar a los Tres Investigadores -dijo la señora Crenshaw de pronto.

«Los Tres Investigadores» era una agencia de jóvenes detectives que habían formado los tres muchachos. Sus padres pensaban que era poco más que un club, pero en realidad habían resuelto algunos misterios importantes.

-Aquí tenéis un caso para vuestra sociedad de detectives aficionados -continuó la señora Crenshaw-. Conseguid que mi padre llegue sano y salvo a Nueva York, y yo os recompensaré.

Júpiter sonrió.

-No es un caso como los que nos encargan normalmente -indicó-. Nosotros somos detectives, no guardaespaldas.

-Podrías considerarlo como una experiencia valiosa -dijo la señora Crenshaw-. No querréis hacer siempre lo mismo, ¿verdad? Os quedaríais anticuados.

Jupe miró a Bob y vio una lucecita en sus ojos.

-Yo estoy de acuerdo -dijo Bob.

-Es un buen reto, supongo -admitió Jupe.

-No sabes hasta qué punto -exclamó Pete-. El abuelo es increíble cuando está en pie de guerra.

-Y lo estará -pronosticó su madre-. Está convencido de que las personas creativas como él son tratadas a menudo con desprecio, y eso le duele profundamente. Por eso, si conseguís que no ataque a nadie ni haga daño a la gente que se cruce en su camino, os lo agradeceré eternamente.

Sonó el teléfono.

-¡Oh, cielos! -exclamó la señora Crenshaw-. La verdad es que no tengo ganas de contestar. -Yo iré, mamá -dijo Pete.

Los demás le oyeron decir: «¿Diga?», y luego: «¿Está usted seguro?» Escuchó unos instantes más y prosiguió: «Espere un momento. Se lo diré a mi madre.»

Se volvió hacia ella.

-Es el señor Castro, el amigo del abuelo que vive enfrente de su casa. Tenía que jugar al ajedrez hoy con él, pero cuando llegó no había nadie en la casa. Dice que la puerta de atrás está abierta y el grifo del fregadero también. Cree que deberíamos avisar a la policía.

-¿La policía? -exclamó la señora Crenshaw-. ¡Qué bobada! Papá habrá salido a hacer algún recado. No tardará en volver.

-Mamá, su coche está aparcado delante de la casa, pero él no está. ¿Y tú crees que se habría marchado, dejando la puerta y un grifo abiertos?

-Oh, cielos. De acuerdo. Iré a ver.

Fue entonces cuando Júpiter intervino.

-Iremos nosotros en su lugar, señora -se ofreció-. Usted quería contratar a los Tres Investigadores y ahora ya tenemos algo que investigar. Usted espere aquí. La llamaremos desde la casa del señor Peck.

Los tres muchachos se dirigieron apresuradamente hacia la puerta, preguntándose en qué lío se habría metido el abuelo de Pete esta vez.



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